La loca guardó el amor en una cartera, quiso dejarlo allí por años, que se pudriera entre las costuras atormentadas de su existencia, en el veneno de su delirio.
Pero no pudo. En esos instantes de lucidez en que se miraba al espejo para encontrarse, para enumerar sus gestos abandonados, ella recordaba aquel amor y suspiraba, entonces lo sacaba de su cartera para quitarle las telarañas, para vestirlo y para afeitarlo y para ordenar sus cabellos y salir con él tomados de la mano hacia la eternidad de los atardeceres, y recorrer los hoteles y los teatros y los puentes, y recorrer aquellos lugares donde los sueños quedaron tatuados, donde la ausencia sembró de caricias los espejismos incurables.
Y ella fue feliz, ingenuamente feliz, perdidamente feliz. Y ya no escondió el amor en una cartera, esta vez se lo regaló a la noche para que todas las estrellas se acurrucaran en él.
Mario Meléndez